Nuestros niños son pequeños durante unos pocos años, después por un tiempo son durante la etapa escolar primaria y pasada la pubertad se convierten en adolescentes. Cada momento en el que van creciendo se vuelven experiencias nuevas tanto para los niños como para los padres.
Hasta hace un tiempo los chicos tenían que hacer un esfuerzo para crecer y cambiar de etapa, para lograr derechos y permisos: como maquillarse, acostarse tarde, ir caminando solos al colegio, ir al cine con los amigos, ver películas no acordes a su edad, ir a fiestas, etc… Los adultos eran los guardianes de cada etapa y los chicos aceptaban y disfrutaban lo que los padres decidían, sabiendo que la siguiente etapa iba a llegar y que no valía la pena insistir o intentar adelantar nada porque los adultos, con sus posturas claras, no iban a dar lugar a esos deseos.
Los chicos tenían paciencia, no derrochaban energía en pedidos extravagantes ni reclamos que sabían con certeza que iban a ser rechazados, por lo que la mayor parte del tiempo exploraban aquello que sí podían hacer y lo pasaban bien, disfrutando su presente.
El tiempo transcurría lentamente, los fines de semana se hacían largos, el compartir una conversación en la mesa con la familia después de almorzar, el salir a jugar con los amigos y socializar, juegos tan sencillos como “atrápame”, “las escondidas”, saltar soga, el trompo, juegos de mesa; el simple detalle de salir y pararse en la puerta de casa en los que los adolescentes se reunian en grupo y conversaban acerca de la chica o chico que les “gustaba”; los días de clase, el año escolar y las vacaciones eran interminables,
Pero el bombardeo de consumo de la sociedad que quiere vender a cualquier precio, les está costando a muchos padres lograr que sus hijos sigan disfrutando y quemando cada etapa sin mirar permanentemente lo que viene, o lo que les falta, sin apurar su crecimiento.
Hoy los chicos no se hacen fuertes chocando «contra» los bordes de una cancha imaginaria que sus padres les marcan. Obviamente en otra época la cancha iba creciendo a medida que los chicos maduraban y los padres los veían listos, pero hoy el criterio parece haber variado, ya los cambios no ocurren cuando los chicos están preparados y tienen la edad, sino hacen las cosas porque otros lo hacen o porque “está de moda”, o como muchas veces ellos responden: “es normal”, “papá los tiempos han cambiado”, “mamá estás atrasada”.
Hay mucho deseo de competir, de ser los primeros, para que no se pierdan nada, para que sean iguales a otros, no hay una identidad propia, rechazan cosas tan simples y sencillas que los padres puedan darles, y junto con ello vienen los trastornos de ansiedad, frustración y falta de control de impulsos.
Pareciera que nosotros los padres perdimos el criterio para reconocer lo que nos parece mejor para nuestros hijos, nos dejamos llevar por distintas corrientes: le damos un teléfono celular a los 8 años, porque los amigos de ellos ya tienen un celular; o tal vez a temprana edad cuando aún son bebes, para que “nos dejen hacer nuestras cosas; les compramos ropa o zapatillas de marca y más caras que las nuestras aunque el año que viene les queden chicas para que no desentonen con sus amigos, o para que tenga las mejores del grupo; usan redes sociales cuando no tienen la madurez ni la responsabilidad necesaria para hacer un uso adecuado; juegan con videojuegos con contenidos violentos, sumamente agresivos o sexualizados sin que los adultos se animen decirles que no; las piyamadas empiezan demasiado pronto porque aceptamos al primer llanto de los hijos, sin ver más allá del peligro al que podemos estar exponiendo a los chicos; los adolescentes van a fiestas los días de semana y van directo al colegio sin dormir al día siguiente; también el consumo de alcohol y el consumo de tabaco en la adolescencia con el permiso de los padres, porque creemos que “tienen que experimentar de todo”, sin dejar de mencionar la idea descabellada que tienen algunos padres en diferentes lugares del mundo de aceptar que sus hijos experimenten con drogas; y sin comentarios de aquellos padres que aceptan que sus hijas de 13 años tomen píldoras anticonceptivas o la píldora del día siguiente.
Tememos que nuestros chicos queden afuera del grupo y somos nosotros los que sin darnos cuenta apuramos su crecimiento y entonces ellos viven «a toda prisa como un auto de carrera F1», tratando de alcanzar objetivos que les quedan enormes, es como si caminaran con zapatos cuatro números más grandes que su talla, no pueden andar, no es cómodo, ni divertido, es estresante, y además tienen que poner cara de felicidad y subirlo a Facebook o a instagram, no se puede notar que extrañan a mamá en la piyamada a los seis años, o que les da terror la película que están viendo, o que no le ven la gracia a emborracharse, o a tener relaciones sexuales, deben dejar sus miedos tan solo por agradar y quedar “bien” con el grupo.
Padres tratemos de recordar nuestra infancia, lo bien que lo pasamos, sin tanto objeto ni tanto materialismo, y tratemos de armar equipo con los otros padres del colegio de nuestros chicos (sería un buen uso para el whatsapp grupal de madres) intentando aunar criterios para que nuestros chicos sean niños un tiempo más, “no quemen etapas”, ellos seguramente se enojaran un poco, pero no abandonemos la tarea de guardianes de su infancia, de su niñez o de su adolescencia, tienen toda la vida para ser grandes, pero sólo es un corto tiempo para formarlos realmente bien para el mañana y pasarla bien sin presiones ni estímulos innecesarios.